domingo, 4 de enero de 2009

Te corres. Yo no

Me gusta la obra de Josep Roca y me gusta la idea de que mi nombre aparezca en un libro donde también figura el de David Tibet. También me gusta esa máxima, de Schopenhauer creo que es, que viene a decir que la vida puede entenderse como un proceso de decepción. Aun a riesgo de quedar como un rarito abriendo un volumen como este con una declaración tan escasamente festiva, diré que en lo esencial la suscribo y que, conforme van pasando los años, me voy reafirmando en que uno de los mecanismos más efectivos que intervienen en dicho proceso, si no el más efectivo de todos, es la reiteración. Y si las propias experiencias por las que transitamos van perdiendo con el tiempo el brillo y la capacidad para conmovernos y sacarnos de los nichos en los que nos vamos metiendo de a poquito, las historias que consumimos como lectores a la larga desgastan y agotan. Todas ellas, lo saben ustedes tan bien como yo, están ya contadas mil veces, y tras la pérdida de la inocencia lo único que nos queda en nuestro deambular por las páginas impresas es rezar mucho para que se dé ese momento improbable en el cual el autor consigue que aquello que tenemos ya visto y revisto se nos aparezca de pronto como bello y fulgurante, como nuevo y por lo tanto merecedor de nuestro tiempo y de nuestra atención. No es algo que suceda a menudo, y si hay un género literario poco fértil para que se dé dicha circunstancia, ese es el género erótico. Tal vez por eso, a pesar de que soy consumidor impenitente de pornografía audiovisual, debo confesar que, como aficionado a la lectura, la obra de aquellos que hurgan en los sexos con palabras tiende a no motivarme demasiado. (Por no mencionar el hecho de que, en las contadas ocasiones en las que una escena narrada consigue ponerme las pilas, termino siempre por echar mano del paquete de clínex y, una vez me he aliviado, suelo constatar con horror que he perdido todo interés en el libro, pero eso ya son cosas mías.)
No obstante el trabajo de Josep Roca en el ámbito de la pornografía me ha resultado siempre de lo más estimulante. En primer lugar porque, como escritor de raza que es, Roca entiende que las obras de largo metraje son, en la inmensa mayoría de ocasiones, producto de la impericia del autor para resolver las cuestiones que le ocupan de manera concisa y elegante. Por otra parte, porque aunque en los relatos del autor que nos ocupa está muy presente la celebración de la carne, hay distancia y hay cinismo y hay humor. En ellos se transparenta que el tipo ha vivido y que, por tanto, pese a que mantiene intacta la capacidad de fantasear, es al mismo tiempo consciente de las aristas que presenta la realidad, de lo que hay, en fin. Luego está la precisión de Roca en el manejo de la sintaxis, su capacidad para ceñirse a lo esencial. El control férreo que ejerce sobre el tono, la gradación de sus registros y los claroscuros entre ellos, todo ello termina en la práctica provocando que su prosa, al margen del género en el que quiera englobarse, adquiera a menudo tintes poéticos.
Pero por encima de todo, Roca me interesa y mucho porque siempre trabaja como un explorador de su medio. En cada uno de estos textos, ya lo verán, queda patente la voluntad de abordar el architrillado universo de las pollas y los coños desde una óptica innovadora, que por otro lado nunca deriva en experimentación pelmaza.
Dicho esto me resultaría muy extraño que no dieran ustedes en el transcurso de los veintidós átomos que integran este tomito con alguno de esos insólitos momentos en los que el mecanismo de decepción queda momentáneamente en suspenso y, como por arte de magia, lo mil veces leído se nos antoja de pronto único y fascinante. Yo me he topado con varios de ellos, lo cual tiene el mérito añadido de que el género erótico no es santo de mi devoción. Pero ese es, como digo, mi problema, y Roca y los ilustradores que engalanan este libro se lo ponen fácil para que se lleven más de una alegría. A fin de cuentas, aunque estos átomos son literatura lúcida y con voluntad innovadora, todos ellos giran en torno a ese impulso animal que tal vez sea fuente de no pocas decepciones, pero que por otra parte y por mucho que se reitere, a la hora de la verdad sigue proporcionándonos más satisfacciones que todos los libros del mundo.

Sergi Puertas, septiembre de 2008